1.23.2015

Retoma de Ideales (Parte 3: El Lunes de Desquite)

Se recomienda leer esta historia mientras se escucha Runaround Sue de Dion and The Belmonts.




En toda vida, por miserable que sea, hay momentos que bastan para levantar los corazones y seguir; instantes que suelen aparecerse casi por casualidad pese a que uno pueda buscarlos durante semanas y desarrollarse de la manera menos planeada… para bien.

Aquella mañana no pintaba de manera muy distinta a todas las anteriores. La “Retoma de Ideales” había caído en estado de coma y lo que parecía un esperanzador reinicio para mí era una escena que se había repetido tantas veces que parecía tortura china: en la plaza del U-2, el chaparrito del 4o. “F” vagaba en círculos, viendo de lejos hacia la puerta del grupo “A” esperando una nueva oportunidad de hablarle por primera vez a su nueva musa de rulitos negros y pantalón de mezclilla deslavado.

Hacia el final del semestre, además del poco interés hacia la educación media, los nexos de amistad con mis compañeros de grupo estaban casi cortados, por lo que la mayor parte de mi tiempo libre (que era mucho por la escasa cantidad de clases que teníamos), lo dedicaba a pasearme solo de mi salón, al fondo del plantel, al 4º “A”, que estaba justo al inicio, al tiempo de restregarme en la cara mi falta de valor para enterar a La Chica del Suéter Negro de mi existencia.

Sin embargo, esa mañana sí hubo algo distinto: dos segundos antes de entrar a la escuela, me detuve y volteé al cielo; me encomendé a Dios y le pedí que ese día me diera chance de salir con una sonrisa al final de la jornada. Mi plegaria, no obstante, parecía no haber encontrado destinatario, porque mediada la mañana, la cosa era igual de patética.

Hasta que ella salió del salón, pero con todo y sus cosas¡Ya se iba! Aunque lo que fue más sorprendente es que emprendió la caminata ¡sola!

Cualquiera de mis compañeros habría emprendido la conquista y seguramente la habría alcanzado aún antes de cruzar la reja blanca de la entrada… Yo no… Yo quedé congelado, sin dar crédito a lo que veía… Por supuesto, ese pesimista que vivía en mí empezó a imaginar lo peor: el tipo de la moto la estaría esperando en donde empieza la subida hacia Vista Hermosa, ella se treparía al bólido y partiría, nuevamente, de manera inexorable.

Menuda sorpresa me llevé cuando a lo lejos vi que ella había tomado la cuesta aún sin compañía de ningún tipo.

No sé por qué, pero en lugar de hacer lo que debía, bajé los brazos, me senté y abrí mi libreta…
Llegó entonces un “diálogo” interno entre mi cerebro y mi corazón:
“Muy bien, tonto, ahí está la oportunidad que querías… ¿la ves, idiota? ¡Ahí está! y ¿qué vas a hacer? ¡Nada! ¡Lo sabía! Buscas y cuando encuentras todo lo mandas a donde estaba ¡te odio!”.
“Este…”

Sorpresivamente, no hizo falta otra frase más para que mis pies se descongelaran.

En un movimiento temerario y como si de verdad alguien estuviera mirándome, le di la vuelta al edificio de dos plantas para que nadie del “A” me viera dirigirme hacia la salida… Caminé de prisa con el temor siempre presente de que apareciera un vehículo y ella subiera, incluso me hice a la idea de que llegaría a la curva y ya no la vería y entonces volvería cabizbajo a mi salón, pero dos segundos después, ahí estaba, entrando a Vista Hermosa sin nadie a su lado.

Como verla a 25 metros de donde yo me encontraba no estaba en mis planes, pues empecé a temblar y a sudar frío… “¿Qué hago, qué hago, qué tengo que hacer?”… Y así me quedé 25 segundos, hasta que una fuerza misteriosa poseyó mi minúscula humanidad y empecé a caminar, y luego a correr, en dirección a ella… Por supuesto, don cobarde dio la vuelta en la esquina y corrió rodeando Vista Hermosa con la intención de rebasarla y llegar antes a la salida, donde podría encontrarse “casualmente” de frente con ella.

Mientras corría por esas 14 calles, dos toneladas de confusas ideas se revolvieron en mi mente. Fue gracioso, pero en cada esquina me paraba cuando ya volaba sobre la Calle 27, me asomaba a la izquierda, como temiendo que ella me viera y que eso arruinara todo. Vaya tonto.

Por supuesto, pasé por el momento de crisis en el que, a pesar de irme deteniendo en cada esquina, no la vi pasar sobre Paseo Vista Hermosa Norte, lo que me hizo pensar lo peor, pero cuando llegué finalmente a la Calle 10, los astros parecían alinearse a mi favor, porque ella venía a dos calles de distancia.

Esos últimos metros me sirvieron para darle forma a un plan: me seguiría al puesto de periódicos que está hoy en el mismo lugar que entonces, en la esquina del Bulevar Atlixco y la Calle 6, me haría el tonto y cuando ella pasara por ahí la interceptaría.

Sin embargo, al apretar el paso en dirección al sur vi pasar a mi lado una combi de la Ruta 29, muy lentamente, cazando pasaje, y entonces entré en pánico. Traté de no voltear pensando que ella ya estaría llegando al bulevar, e incluso le hice señas al chofer del transporte público como diciéndole “¡lárgate, amigo, no arruines mi momento!”

Apenas llegué al puesto de revistas y entonces sí giré… El infortunio parecía consumarse porque la combi había pasado por la esquina de la Calle 10 y no había nadie ahí. Era hora de volver derrotado a la escuela… pero… No… En la cerca, recargada con su suéter negro y su morral blanco, esa inconfundible cabellera rizada esperaba.

Entonces volteó y me vio venir, aunque justo a mi lado pasó otra combi de la ruta 29, que tal vez fue lo que ella vio en realidad. Otro momento de desazón porque aunque empecé a caminar a prisa, el transporte me rebasó y se detuvo justo enfrente de ella. Para hacer la escena surreal, varias personas empezaron a subirse a la combi, excepto ella… ¡excepto ella!

El “diálogo” que inició entre los músculos que más temprano habían “discutido” me ayudó a entender lo que estaba pasando:
“Te está esperando, hijo, vamos…”
“Este…”

Como ya no me quedaba sudor que sudar, ni nada más qué perder, dejé que el destino hiciera entonces su chamba: me acerqué, me detuve frente a ella, me quedé callado… Oh, Dios…



Entonces el tiempo se detuvo y ahí, en esa esquina platiqué, o bueno, intenté platicar con ella.
Más de una vez, en mi nerviosismo, pude ver como sus cejas hacían ese gesto de extrañeza ante mis intentos de hilar dos frases sin tartamudear o equivocarme, lo cual era una labor titánica al tener tan cerca de esa personita a la que llevaba tanto tiempo viendo de lejos y que en ese instante, finalmente, estaba ahí, enfrente de mí.

Durante 8 minutos que parecieron más bien 8 segundos, platicamos de lo único que podíamos, de la escuela, del nuevo plantel, del transporte, de las clases y de pronto, ella ya estaba subiendo a su combi, no sin antes lanzarme, ahora sí con tooooooda la certeza del mundo, un “bye” para mí, completamente mío y de nadie más precedido de un apretón de manos que me hizo pensar que no volvería a lavarme la mano derecha el resto de mi vida.

Por primera vez en muchas semanas, recorrí Vista Hermosa de vuelta al colegio con una alegría inmensa, que iba incluso más allá de lo que acababa de ocurrir.

Cualquiera de mis compañeros la habría interceptado antes de salir de la escuela muchos minutos atrás, pero no yo, para bien o para mal, yo era diferente, me sentía como destinado –o condenado-- no a caminar unos metros para obtener un saludo y una sonrisa, sino a tener que correr 14 calles para hacerlo…


Aquel lunes de desquite cuando iba saltando de vuelta al plantel U-2 me detuve en seco por ahí de la Calle 15… En ese momento caí en cuenta que estaba tan nervioso que había olvidado su nombre…

No hay comentarios.: